Platanales converge con cierta intención de producir incomodidad ética frente a la manera en la que hemos venido representando ―¿estéticamente?― la violencia del conflicto en estos territorios, esta es también una forma en la que seguimos escribiendo la historia. ¿A quién le pertenecen las muertas, si no a sí mismas? ¿Qué derecho han tenido de apilarlas una sobre otra para hacer patria con ellas o llenarse los bolsillos con los relatos de quienes han sobrevivido a violencias atroces? ¿Queremos realmente que lo que produzca un poema ―aquí hablando de cierta tradición― sea un aterrado silencio, demasiado parecido a esta imposición cotidiana? ¿Y si deseáramos ante todo los gestos del levantamiento?
